viernes, 7 de noviembre de 2008

La cruda y triste verdad de un estudiante de letras -que nunca se atrevió a decir pero que lo siente y lo piensa- en su versión ficcionalizada

El cuento era más o menos así: resulta que ella quería escribir más que nada en el mundo, porque aunque era pésima, creía que podía escribir algo que valiera mínimamente la pena. En realidad, no era pésima; era normal, estándar, promedio -lo que es todavía peor-. El asunto es que había leído demasiadas cosas buenas como para sentirse lo suficientemente mediocre como para no tocar un lápiz en su vida. Pero a la vez, lo suficientemente inspirada como para que al menos fuese meritorio el intento. Bueno, en realidad taaanto no había leído, al menos si consideramos la cantidad de libros fabulosos existentes en el mundo, o si, para sentirse uno peor, si tenemos en cuenta aquellos monstruos literarios que en su adolescencia leyeron el doble de el oque uno a duras penas puede leer en su juventud...

Asi que, entre frustraciones y sentimientos encontrados, decidió armarse de valor y encarar la hoja en blanco, que en realidad no estaba en blanco. No. Tenía renglones, esas malditas rayitas que arruinan el panorama liso de la hoja en blanco, pero sin los cuales la letra va trazando sus propios, desvariados, retorcidos, y en fin- menos poético pero más cierto-, desprolijos recorridos.

Y la hoja en blanco con rayas la llama. Sí, ahí está. Hola qué tal, acá estoy yo también, bueno, un gusto, chau. Muy lindo todo. Pero no. Hoy no. Hoy parece que no quiere vestirse de letras -pero qué metáfora pedorra. Y el tiempo pasa, y el problema es que sigue pasando.

El costo de oportunidad. Es él único término económico que quedó en su cabeza tras padecer- esto es, estudiar- Economía. Término menos económico que vitalicio -que tampoco era la palabra que estaba pensando pero no le sale otra, porque el seso no le funciona para armar ni siquiera pensamientos desvariados (ah, pero pretende escribir)-. Bueno, el costo de oportunidad es un cálculo que a la hora de producir y estimar costos, hay que calcular en función de lo que dejo de hacer para producir lo que voy a producir. Si con el cuero decido hacer zapatos, en su precio voy a tener que calcular el costo de oportunidad, o sea, un monto que se obtiene pensado que por hacer zapatos no hago carteras, ni cinturones, ni.. ni... bueno.. no sé... ¿sillones? En fín, se entiende.

Entonces, pensaba, tanta cosa linda para leer, y uno que no puedo lee todo, tiene que calcular el precio -el costo- de leer una cosa y resignar otra... ¿Y ella, justamente ella va a encarecer ese costo de oportudidad escribiendo un libro que puede llegar a hacer que alguien se prive de leer, por ejemplo, a Faulkner? (Pero si hace que la lean a ella y no a Osho, ahí hay ganancias.. ojo, eh...)

Triste realidad: si, muy lindo, le encanta la docencia, pero además quiere escribir....
si... le apasiona la investigación, pero la realidad es que sabe que no le da el cerebro- ni el trasero hormigueante- para estar horas y horas investigando sobre UNA-MISMA-COSA que ademas nadie va a publicar porque no.
En todo caso, argumentar, sí, pero ensayísticamente, porque ella quiere escribir. Y ficcion también, eh, ojo.

Creo que terminó sus días vendiendo libros en corrientes, con quince gatos, y organizando choripaneadas caseras por su barrio.

Pero escribía. Y fue feliz.

No. No la leyó nadie. Un novio, una vez. Y por compromiso.

Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.


La dama Duende

2 comentarios:

Vicioso Circulo dijo...

Me gustó mucho.

Salvo lo de los gatos.

Todo lo demás, totalmente aplicable al estudiante de letras con ganas de escribir pero con un tremendo complejo después de leer a tantos monstruos.

Besos, siempre con vos, hasta la victoria unidos, que jamás seremos vencidos (faaaaaa, remixxxxxxxx!!!!)


el titán*

Vicioso Circulo dijo...

en mi caso cambiaría los gatos por perros y los libros en corrientes por un puesto de libros, pelis, música y objetos varios en una plazita del sur. lejos de emily dickinson, mis hojas sevirán para envolver las verduras del almacén.
muy lindo juli!
muñeca negra